lunes, 7 de abril de 2008

¿Yo?

Marcelo se levanto de la cama. Se sentía diferente ese día, aunque no sabia por que.
Su novia dormía a su lado, él la observo un momento y sonrió. Estaba por inclinarse para besarla cuando sintió que algo le mojaba la mano izquierda. Automáticamente se volteo para acariciar a su perro, Milo, que se lamía los dedos moviendo la cola.
-¿Qué te ocurre Milo? Pareces más amistoso que de costumbre.
Al escuchar su nombre, Milo comenzó a ladrar y a dar vueltas, estaba inusualmente feliz.
-Hazlo callar por favor.- Dijo su novia, Susana, a quien los ladridos habían despertado.
-No creo que me haga caso Susana, nunca lo hace. ¡Basta Milo!- Dijo Marcelo.
Inmediatamente el perro dejo de ladrar y con la cola aún moviéndose se limito a observar a su dueño.
-Que extraño.- Se dijo Marcelo.
Camino hacia la ventana y la abrió de par en par. Los rayos de sol inundaron la habitación. Era un hermoso día. A continuación entro al baño y comenzó a lavarse los dientes. Esa sensación tan extraña de la mañana aún lo acompañaba. No tenía idea de que podía ser, pero estaba seguro que había algo diferente. Salio del baño y se vistió para ir al trabajo, mientras Susana hacia el desayuno. Luego ambos se sentaron en la mesa mientras tomaban café.
-¿Tengo algo diferente hoy?- Pregunto Marcelo.
-¿Cómo que?
-No lo se, algo, cualquier cosa.
-Bueno.- Dijo Susana pensativamente.- Podrías afeitarte un poco, un corte de pelo no te vendría mal, y por una vez en tu vida te podrías abrochar el botón de la camisa. Pero todo eso es normal.
Marcelo rió junto con ella y la beso a modo de despedida. Luego se levanto de la silla, se acerco a la puerta y coloco la llave en la cerradura. Pero antes de girarla, dijo:
-Es que así soy yo.
Por alguna razón las palabras le sonaron tan extrañas que volteo para ver la reacción de Susana. Pero para su sorpresa, ella lo miró con ternura.
-Y yo no te podría amar de otra forma.
Marcelo le devolvió la sonrisa y salió del departamento.
Al llegar al ascensor se encontró con una pareja de ancianos, sus vecinos.
-Buenos días hijo.- Lo saludo el señor.
-Buenos días señor y señora Gutiérrez.- Les devolvió el saludo.
-¡Por favor hijo!, ya te eh dicho miles de veces que me llames Ricardo.- Rió el anciano.
-¿Ricardo?- Pregunto Marcelo.- Por alguna razón estaba seguro que su nombre era José.
El anciano rió nuevamente.
-Eres muy gracioso hijo.
La pareja entro en el ascensor a las carcajadas. Pero él se quedo confundido en la puerta. Era muy extraño, podría haber jurado que aquel anciano se llamaba José.
-¿Vienes hijo?- Pregunto el señor.
-Si, si, lo siento.
Decidió que se había confundido, probablemente estaba equivocado, su nombre debía de ser Ricardo.
Para cuando llegaron a la planta baja su confusión había desaparecido. Les abrió la puerta a sus vecinos y salio tras ellos. Cuando llego a la entrada del edificio el portero se levanto y les abrió la puerta a los ancianos.
-Buenos días señor y señora Gutiérrez.
-Buenos días hijo.
Marcelo salió tras ellos y saludo al portero.
-Buenos días Carlos.- Saludo.
-¿Carlos? Mi nombre es Miguel.- Dijo extrañado el portero.
Marcelo y los ancianos se detuvieron. “¿Miguel?” Pensó Marcelo confundido. Cada fibra de su cuerpo le decía que su nombre era Carlos, ¿como era posible que se hubiese equivocado de nuevo?
-Parece que nuestro amigo tiene un ligero problema para recordar nombres.- Dijo el señor Gutiérrez mientras soltaba otra carcajada.
El portero rió también y se despidió. Los tres se fueron dejando a Marcelo totalmente confundido en la puerta. Decidió que tal ves se había equivocado de nuevo, probablemente el señor Gutiérrez tenía razón, era un problema de memoria, ya lo consultaría con su medico.
Camino hasta la playa donde solía dejar el auto y entró, aun pensativo.
El cuidador lo saludo.
-Buenos días.
-Buenos días señor…- Lo pensó dos veces antes de decir el nombre.
El cuidador le sonrió divertido.
-Pérez, Genaro Pérez.
-Buenos días Genaro.
Se sentía mareado, estaba seguro que el cuidador se llamaba Arturo, no Genaro. ¿Qué diablos estaba sucediendo?
Quince minutos después llegó al trabajo. Estaciono el auto en la vereda de enfrente, pagaría mucho más, pero no tenía ganas de ver a cuidador de la playa del edificio donde trabajaba, estaba seguro que se equivocaría nuevamente, y en lugar de llamarse Jeremías, como estaba seguro que así era, se llamaría Jorge, o Juan, o Augusto…
Entro al edificio bastante alterado, tanto que olvido pasar por recepción para avisar que había llegado, y no se dio cuenta hasta que estuvo a cinco pisos en el ascensor, por lo que tuvo que bajar de nuevo, entre una cosa y otra termino llegando casi diez minutos tarde al trabajo.
Entro rápidamente a su oficina. Al verlo, su secretaria se levanto y comenzó a lanzarle una lista de nombres y números telefónicos de gente que lo había llamado en esos diez minutos en los que debería haber estado trabajando.
-…además Mauricio y Tobías dicen que todavía están esperando el informe sobre…
-Un momento por favor, un momento Mónica. ¿Podrías comenzar de nuevo?- La interrumpió Marcelo.
Estaba totalmente perdido. Todos y cada uno de los nombres que su secretaría le había dicho estaban cambiados, o no tenía idea a quien le pertenecían.
-¿Mónica? Mi nombre es Laura. Podría al menos tener la decencia de recordar el nombre de su propia secretaria, ¿no cree?
La chica salió con lágrimas en los ojos tirando todos los papeles al piso y dando un portazo. Marcelo se sentó en la su silla y coloco la cabeza en el escritorio. Aquello era demasiado, no comprendía que diablos estaba pasando, pero estaba comenzando a pensar que se estaba volviendo loco. ¿Cómo era posible que aquello estuviese sucediendo?
Un momento después entró una mujer a la oficina. Era su socia.
-¿Te encuentras bien?
-No, dime tu nombre.- Dijo Marcelo.
-¿No recuerdas mi nombre?- Dijo ella divertida.- Soy Mariana.
Una luz cruzó la cabeza de Marcelo. Ese era el nombre que el recordaba, Mariana.
-No sabes el alivio que me acabas de dar Mariana.
-¿Qué sucede?
-Eh estado confundiendo nombres todo el día. Hace solo un momento Mónica, digo… Laura me estaba leyendo la lista de nombres de gente que me había llamado por llegar tarde y no reconocí a nadie.
Mariana lo miró preocupada.
-Tal vez sea el estrés. Deberías irte a tu casa por hoy, yo puedo encargarme.
-¿Estas segura?- Pregunto Marcelo aliviado.
Era todo lo que deseaba, irse a dormir.
-Si, no te preocupes Diego.
Marcelo se quedo helado en su silla.
-¿Cómo me llamaste?
-Por tu nombre, Diego.- Contesto Mariana.
Marcelo se levanto como autómata y salio de la oficina bajo la atónita mirada de Mariana.
-¿Te encuentras bien?- Pregunto ella.
Sin contestar él se acerco al escritorio de su secretaria.
-Laura, lo siento mucho, no quise confundirme de esa manera.
-Esta bien señor.- Dijo ella.
-¿Te puedo preguntar una cosa?
-Claro.
-¿Cómo es mi nombre?
-Emmanuel.
Marcelo sintió como si un balde repleto de ladrillos le hubiese golpeado la cabeza. Corrió a la oficina de en junto y entro tropezándose con un tacho de basura. Su amigo, Ulises, corrió para ayudarlo.
-¿Te encuentras bien? Menuda caída te diste hermano.
-Si, gracias Ulises.
-¿Ulises? Mi nombre es Franco.
Marcelo decidió obviar el comentario.
-¿Cómo es mi nombre?
-¿Por qué preguntas? ¿Te golpeaste tan fuerte la cabeza? Tu nombre es Roberto, por supuesto.
Marcelo comenzó a reír como maniaco. Se incorporo y grito.
-¡Ya lo entiendo! Esto es una broma, claro, eso es. Una broma.
Salió de la oficina gritando que todo era una broma, que ya había entendido. Mientras Ulises, o Franco, y Mariana, y Mónica, o Laura y todos sus compañeros lo observaban atónitos.
-¡Es una broma! ¡Ya lo eh comprendido! ¡No es necesario que sigan con esto!
Se acerco al más cercano.
-¿Cómo me llamo?
-Pablo.
Se acerco al de al lado.
-Juan.
Leonardo, Gustavo, Ignacio, Luís… Los nombres le daban vueltas en la cabeza, todo le daba vueltas en la cabeza. De repente todo se volvió negro, y Marcelo cayó al suelo.

-Despierta amor.
Marcelo abrió los ojos. Susana estaba a su lado. Se encontraba acostado en su cama, en su departamento.
-¿Todo fue un sueño?
-No, mira lo que llevas puesto.
Era cierto, estaba vestido con la ropa de trabajo, y aún se encontraba cubierto de papeles por su choque con el tacho de basura.
-No creerías lo que me sucedió.- Dijo Marcelo.
-Yo se lo que te sucedió amor.
Él la miró extrañado.
-Te encontraste a ti mismo.
-¿Qué?
Susana le sonrió con ternura.
-Todos tenemos una personalidad, un yo único. Cuando nacemos, y nos ponen un nombre, ese es quien somos. Sin embargo, a lo largo de nuestra vida, las diferentes personas que conocemos, y las diferentes vivencias por las que pasamos, nos cambian. A veces, hasta tal punto que olvidamos quienes somos, y solo vemos a quien queremos ser. Todas las personas con las que hablaste hoy solo se ven a si mismo como quieren ser, como se querrían llamar, se encuentran perdidos. Ellos, no saben quienes son, y están atrapados por sus propias frustraciones, por sus propios deseos. En cambio, tú, que no podrías ser más feliz, no quieres ser nadie más que tú mismo. ¿Lo comprendes?
-Creo que si. ¡Pero con Mariana era diferente! ¡Yo recordé su nombre!
-Eso es por que ella no desea ser nadie más. Pero si no me equivoco ella no te reconoció como Marcelo, ¿no es así?
-Es cierto.
-Eso es por que ella no debe ser feliz, a pesar de todo. Además de vernos como queremos ser, tendemos a ver a los otros como queremos, o creemos que son, por eso ella no sabía tu nombre, por que ella no sabe realmente quien eres. Pero tú si sabes quien es ella.
Marcelo no dudaba una palabra de lo que decía Susana. Estaba completamente seguro que estaba en lo correcto. Pero había algo que no comprendía.
-¿Cómo sabes todo esto?- Le preguntó.
-Por que yo también soy tan feliz como tú. Y yo se lo que es ver a las personas como realmente son. Desde hace unas semanas.
Marcelo sintió que sabía la verdad, de alguna manera, sabia que es lo que lo había despertado, que era la única cosa que podía hacerlo tan feliz como para no querer ser nadie más, aquello que haría completa su vida.
-¿Cómo quieres que se llame?- Le pregunto a Susana.
Ella le sonrió.

lunes, 4 de junio de 2007

Frases

• Feel Nothing but Pain, Live Nothing but Fear, Wish Nothing but Death, all I Ask; it’s that You Dream of Me...
• Have You Ever Seen A Dream Walk?
• I Don’t Want You to Hear Me Scream
• Would You Still be Here When I come Back from This Hell?
• Crystal Faces, Glass Hearts, and One Hell of a Hammer
• White Right, Black Left, and Blue Eyes
• Don’t Take My Broken Wings Away
• He has fallen from Heaven, Rice from Hell, Live on Earth, and still Doesn’t Belong Anywhere…
• Fight when you Hear No, Love when you Hear yes, Cry when you Hear I Don’t Know
• Trapped in the Same Cycle One Time After Another, Without A Hope of Salvation, Without A Desire of Fight, Without A Place to Belong, Without a Victory to Hold On To, and Still, I’m Alive, Does That Make Any sense to You?
• No More Fly against the Wind, No More Swim between the Rapids, No More Walk over the Fire, just a simple Breath over my Bed
• An Endless Battle in the Wrong Place, for the Wrong Reasons, and Like I didn’t Know that I keep on Fighting
• Let Me Be Your Savior
• I’m Walking A Hell of My Own Making, and I’m about to go Mad, need a Light of Hope, Give Me a Sign, and I’ll Break Down the Entire place just to Save You
• Dark Wings of a Light made Heart
• One Dark Wing, One Light Wing, but not a Single Choice…
• Don't Bother Looking for Me, I'm in My Self Made Hell
• Like a Whisper from the Wind, it all Fade Away
• Finding a Place for Everyone, but, Where do I Belong? ...
• Si Quieres encontrar una Razón para Vivir, Vive para encontrar una Razón…
• Don’t Leave Me Alone In the Darkness Where the Wolfs are Waiting to eat Me, I‘ll Beg You if I have to, but… My Guessing is that, this Time I’m Going to Fall in Oblivion
•2da Version: I Feel Nothing but Pain, I Live Nothing but Fear, I Wish Nothing but Death, And All I Ask in Return, its that You Dream of Me

lunes, 26 de marzo de 2007

Decisión

“La mente puede ser muy compleja. Uno nunca sabe lo que puede hacer o no en determinadas situaciones. ¿Cómo reaccionarias si tuvieses que tomar una gran decisión? Digamos, si ganases la lotería y alguien querido tuviese una enfermedad muy costosa, ¿huirías con el dinero o lo usarías para salvarle la vida? O si estuvieses frente a una persona que te ah causado un gran daño y tuvieses la oportunidad de vengarte y nadie se enteraría, ¿acaso recurrirías a esa posibilidad o serias lo suficiente magnánimo como para perdonar? O quizás si estuvieses a punto de presenciar la muerte de tu amada a manos de otra persona, ¿decidirías salvarla incluso a costa de tu vida y la del otro? Lo más probable es que si les hicieses esas preguntas a cien personas diferentes recibirías cien combinaciones distintas de respuestas. Pero ¿que tal si no tuvieses que decidir? ¿Qué tal si tú mente tuviese el poder de ahorrarte esas decisiones? ¿Acaso eso no valdría la pena averiguarlo incluso a un gran costo? ¿Acaso no valdría cualquier cosa tener control sobre todas las situaciones? ¿Y si fuese posible preguntar eso a cien personas y recibir cien respuestas iguales?...”

Michael se levanto una vez más de la silla y comenzó a caminar en círculos deteniéndose siempre en el mismo lugar para rascarse la cabeza. No querían darle más datos, y eso no era bueno. Sacó un cigarrillo y lo prendió esperando que aplacara sus nervios, pero no hizo más que recordarle su papel en todo aquello.
La puerta se abrió dejando salir al mensajero que, según dejaba notar su cara, estaba aún más nervioso que él.
-Lo siento.- Dijo tristemente.- No puedo ayudarlo señor Wilson. Es imposible conseguirlos, y aún pudiendo hacerlo esto es ilegal, y acabaría mal para todos. Lamento decírselo pero esta solo.
No esperaba otra respuesta. Escupió a los pies del hombre por su ineptitud y salió caminando sin decir una palabra. Tendría que hacerlo solo, no había otra posibilidad. Subió al auto y saco un pequeño papel de su bolsillo. Lo leyó tres veces para asegurarse. “4 19 22 75 99 33 88”. Luego, se lo metió en la boca y se lo tragó.
Arranco a toda velocidad sin prestarle atención al guardia de seguridad que intentó frenarlo. Llegó al final de la cuadra, giró a la izquierda y apretó el acelerador conduciendo como un maniaco. Entró a una gran avenida y comenzó a pasar a los demás autos como si se tratara de un videojuego.
“Al fin a pasado” se dijo. “Mi suerte cambio para siempre.” O al menos eso parecía, pero había un problema, no le prestaría el dinero.
Desde que su hija estaba enferma siempre jugaba a la lotería buscando dinero para realizar su operación. Había conseguido convencer a sus amigos, vecinos y parientes para que jugaran también en forma de ayuda. Y por increíble que pareciera, uno de ellos había ganado. Su mejor amigo le había dado al grande, y ahora había una posibilidad de darle una nueva vida a su hija. Pero el maldito no le contestaba el teléfono, y Michael tenía la sospecha de que pensaba huir con el dinero. Quería conseguir pasajes de avión para seguirlo pero era imposible. Por lo que debía llegar el aeropuerto antes de que se fuera. ¿Qué haría si lo atrapaba huyendo? ¿Lo mataría si era necesario? “Probablemente” dijo en voz baja.
En ese momento su cabeza comenzó a dolerle atrozmente. Los autos a su alrededor pasaron de ser bólidos de metal y vidrio para convertirse en simples manchas de colores. Intentó estacionar pero ya no veía nada, el dolor lo hacía gritar con todas sus fuerzas, todo se volvió blanco…

Estaba en una habitación amplia y gris. Su cabeza le dolía mucho y estaba bañado en un sudor frió. Una gota bajo de su frente y le hizo cosquillas en la nariz, quiso sacársela pero algo detuvo su mano. Estaba atado con cuerdas y envuelto en una camisa de fuerza.
-¿Que sucede aquí?- Gritó con todas sus fuerzas.- ¿Dónde estoy?
Entonces una puerta se abrió y apareció una mujer vestida de negro. Estaba muy sería y era extremadamente pálida.
-Señorita.- Le dijo.- ¿Podría decirme donde estoy?
La mujer no pronuncio palabra. En lugar de eso sacó una gran jeringa que contenía un líquido de color ámbar, la sacudió un poco, y sin miramientos se la clavo en el cuello.
Michael grito hasta que sus pulmones le pidieron aire. Cerró los ojos desando que todo terminase, que su vida acabara para no tener que sentir aquel dolor. Y entonces todo se detuvo.

Estaba sentado en el banco de un parque sosteniendo una pequeña carta a medio terminar. No estaba seguro si se estaba despidiendo o si simplemente quería aclarar las cosas. Su hija jugaba en el arenero con otra niña bajo su atenta mirada. Recordaba aquel tiempo en que los tres habían sido felices, en que su esposa y él se juraban amor eterno todos los días. Sonrió, que ilusos habían sido.
Michael ahora tenía una decisión por delante. Si al terminar la carta decidía completarla con un vago “adiós”, entonces levantaría a su hija del arenero, se metería en el auto, y huiría hasta que el camino se terminara. Si, por el contrarío, decidía terminarla con un falso “te amo”, tomaría a su hija y la llevaría hasta su casa, se disculparía con su esposa, y conseguirá frenar el juicio por la custodia y probablemente el divorcio.
Se sentía agotado, la última vez que había tenido que tomar una decisión así había tenido que ir al psicólogo por varios años.
Consideró las posibilidades: si huía estarían solos para siempre, sus vidas serían las de dos proscriptos seguramente perseguidos por la policía. Y su hija tendría que crecer en aquel ambiente, no sería bueno para ella, y tendría que encontrar alguna manera de explicárselo algún día, cuando fuese mayor. En cambio si se quedaban su hija viviría feliz para siempre, claro que él probablemente no estaría allí. Sería muy difícil que su esposa lo perdonase y aún más difícil que él ganara el juicio si no lo hacía.
Su mente estaba cansada, cansada de tanto sufrir, cansada de tanto buscar paz. Pero no se detendría, no lo haría. Miró a su hija. Cuanto la amaba, cuanto daría por ella. ¿Acaso debían estar separados por culpa de la madre?
Escribió un simple “Adiós” en el papel y se levanto.
Pero tuvo que dejarse caer al piso por el terrible dolor que sentía. Era como si su cerebro quisiese escapar de su cráneo. Gritaba con todas sus fuerzas. Pudo ver como su hijita se acercaba para ayudarlo, pero no distinguía su cara…

Otra vez en la habitación gris, otra vez amarrado. Pero esta vez no estaba solo. Un hombre alto de mediana edad dirigía a un grupo de mujeres inexpresivas para que solucionaran un problema con una maquina que emitía ruido y producía una luz roja. Todos iban vestidos de negro.
Él quiso gritar pidiéndoles ayuda, pero no escuchaban nada. Se movió como un loco intentando zafarse, pero nada. Entonces el hombre vio que se encontraba despierto y se le acerco.
-¡Buenos días Michael!- Le dijo en voz alta por sobre el barullo general.
-¿Quién es usted? ¿Dónde me encuentro?
-¡Todo a su tiempo!- Le dijo.
La maquina que funcionaba mal se apago y el ruido se detuvo. Inmediatamente Michael cayó de nuevo en su letargo.

Despertó debido a que las ataduras le picaban. Su cabeza le dolía mucho y estaba sangrando por una rodilla. Se encontraba sentado en una silla con las manos y los pies amarrados, amordazado, y golpeado hasta la extenuación. El lugar era parecido a un almacén vació y húmedo. Por lo menos siete personas lo miraban. Cinco eran hombres grandes y fuertes con palos y cadenas, otro era un hombre en sus cuarentas vestido de traje y con una gigantesca cicatriz en la cara, y la última era una hermosa mujer de cabellos castaños y ojos verdes. Ella también estaba atada a una silla.
-Recuperaste la conciencia.- Le dijo el de la cicatriz.
Michael lo miró con odio.
-Sáquenle la mordaza.- Ordenó.
Uno de los hombres se acerco y corto el pañuelo con un cortaplumas. Michael tuvo que escupir sangre antes de poder hablar.
-¿Por qué la trajiste aquí? Ella no tiene nada que ver en esto. Déjala ir.
-Lo siento mucho Michael. Pero no tuve otra opción. O me dices donde está el dinero o mato a tu novia. Y déjame decirte que es hermosa, seria un desperdicio.
Podía sentir el odio recorriendo su cuerpo. Angie era el amor de su vida. No merecía estar allí por culpa suya. Luego de haber perdido a su esposa y sus dos hijas ella era lo único por lo que él vivía. Podía sentir el dolor muy adentro. No iba a perderla.
-Muy bien. Pero te advierto que la entrada no va a ser fácil. Te diré como sacarlo si me prometes una cosa.
El hombre rió.
-No estas en posición de pedirme nada Michael. Pero escuchare tu propuesta.
-Si hago lo que me pides nos liberaras a lo dos y nos darás un auto. Aquellos malditos del banco me mataran en cuanto se enteren como entraste.
-Está bien. Tenemos un trato.
Michael se los explico. Ahora tenían una oportunidad. Vivirían al fin.
-Muchas gracias. Has sido de gran ayuda.
Luego hizo un movimiento con su cabeza y cuatro de los hombres se acercaron a Angie.
-¿Qué haces?- Pregunto Michael pálido.
-Me divierto.- Le contesto maliciosamente.
-¡Este no fue el trato!- Grito.
Podía sentir como su mundo se desmoronaba. No sabía que haría sin Angie. Con cada paso que los gorilas aquellos daban, él podía sentir como estaba un segundo más cerca de la muerte. “No puedo dejarlos hacer esto” Hizo fuerza con sus manos, intentando romper las ataduras, pero no lo logro. Se movía de aquí hacia allá con la intención de romper las silla, pero ni siquiera se resquebrajo. “Maldición” Pensaba desesperado. “Tengo que salvarla, tengo que hacerlo” Tenía su cuerpo y mente trabajando al máximo, pero simplemente no era suficiente. Con lagrimas en los ojos vio como el más grande de los cinco hombres levantaba un bate de béisbol por sobre su cabeza listo para descargar el golpe.
“¿Cómo te atreves?” “¿Cómo te atreves a hacerle eso a mi novia” Un odio visceral, más allá del limite lo invadió.
Cuando el bate bajo a toda velocidad y estuvo a pocos centímetros de la cabeza de Angie se detuvo.
-¿Qué esperas?- Le preguntó el de la cicatriz.
-¡No soy yo!- Le contesto el del bate.- No lo puedo controlar.
Las venas se le marcaban en la cara por el esfuerzo, pero el bate no se movía. De repente se le escapo de las manos y fue a parar decenas de metros fuera del alcance de cualquiera de ellos.
-¿Qué sucede?- Pregunto uno asustado.
Michael se levanto de repente. La silla estaba hecha pedazos en el suelo. Camino hacía Angie con la mirada perdida.
-¡Deténganlo!- Grito el líder.
Tres obedecieron la orden, y tres fueron lanzados hacía la nada como si hubiesen chocado con una barrera invisible. Michael observo a los otros dos y estos cayeron inconcientes al instante. El de la cicatriz estaba petrificado, lo miraba atónito, a la vez con horror, a la vez con sorpresa.
-¿Qué eres tú?- Fueron sus ultimas palabras.
Acto seguido un pedazo de silla lo atravesó de lado a lado.
Michael se acerco a Angie y la libero de sus ataduras. Estaba por abrazarla y besarla cuando el dolor de cabeza regreso con mas intensidad que nunca. Todo a su alrededor desapareció.

En la habitación gris todo era júbilo. Una veintena de personas aplaudían a Michael fervorosamente.
-¿Qué sucede?- Preguntó él.
El hombre de mediana edad se le acerco radiante y le dijo.
-¡Lo lograste Michael! Reproducirte aquel momento exactamente.
-¿De que esta hablando?
-Es normal que no lo recuerdes. Estas experimentando un poco de amnesia, la maquina puede provocarla. Estuviste conectado los últimos tres días a ella intentando copiar las emociones que sentiste ese día exactamente.
-No entiendo.
-Veras. Tú eres Michael Wilson, un famoso científico del cerebro que ah tenido la mala suerte de caer en situaciones terribles durante su vida, y a debido enfrentar decisiones muy difíciles. Tu hija mayor murió de una enfermedad debido a que tú mejor amigo se llevo el dinero que podría haberla salado. La custodia de tu hija menor fue cedida a tu esposa durante el divorcio. Y a tu novia Angie la perdiste durante un robo a un banco. Desde ese día te dedicaste a buscar una manera de que ninguna otra decisión se interpusiera en tu camino de esa forma. Querías encontrar algo en tu mente que pudiese haberte evitado toda la miseria, y lo hiciste. Tú inventaste esta maquina, que te trajo de nuevo todos esos recuerdos dolorosos cargando tu mente con sufrimiento hasta que ya no lo soporto más y libero esa energía de otra manera, en este caso, lo que te permitió salvar a Angie y eliminar a los secuestradores, claro que todo esto fue posible solo en esa realidad virtual, pero en la vida real funciona de la misma manera. ¿Te das cuenta lo que significa? ¡Esta es una nueva era para la humanidad! Desde ahora podremos aprovechar la capacidad del cerebro al máximo.
Michael recordaba todo ahora. Incluso recordaba que él hombre que le hablaba era Rupert, su alumno estrella, a quien le había explicado hacía mucho tiempo todo.
Desvió la mirada a la pared y vio una propaganda ya lista de la maquina que comenzaba con: “La mente puede ser…” Sonrió. Su sueño estaba casi listo, pero Angie y una hija estaban muertas, y su otra hija estaba con su esposa y no podía verlas.
-Quiero que hagas algo por mi.- Le dijo a Rupert.
-Lo que pidas.
-Hazte cargo del proyecto.
-¿Y tu que harás?
Él lo miro y esbozo una amarga sonrisa. Acto seguido tomo una jeringa de a mesa, se conecto a la maquina, y antes que nadie pudiese impedírselo se metió todo el liquido en la venas.

Michael estaba en el patio de su caza, tomando un jugo de naranja. Sus hijas jugaban, su esposa las miraba desde la casa de al lado, y Angie dormitaba apoyada en su brazo. Y él pensaba que no había nadie más feliz que él…

martes, 13 de marzo de 2007

Almas Gemelas: un cuento de hadas.

19 de febrero, 1830, Japón:
Azouk corría velozmente por el pasillo oscuro y frió. Nada le impedía el paso, pero él sabia que se encontraba en una trampa. Seguramente, tras aquellos sombríos muros, había soldados enemigos esperándolo. Sus ropas flameaban con el viento por su carrera y producían un sonido tranquilizador, musical, hermoso. Aquellas ropas que le había regalado su maestro hacia tiempo atrás. Con su mano izquierda sujetaba fuertemente su katana, otro regalo de su maestro.
Súbitamente llegó al final del corredor donde había una puerta abierta. Se detuvo, desenvaino la espada, y cruzó cautelosamente. Inmediatamente fue recibido por tres samurai escondidos, uno se acerco y le lanzó una estocada que el esquivo habilidosamente, e inmediatamente devolvió con mucha mejor puntería. Cayó muerto al instante, los otros dos atacaron juntos, uno de cada lado, pero Azouk se agacho evitando ambos golpes y con la velocidad de un rayo le corto la cabeza a uno y dejo mortalmente herido al otro. Se agacho para ayudarlo, pero el otro emitió un gemido y murió. “Karma” pensó él, y siguió corriendo.
Llego a otra puerta, solo que esta estaba cerrada. La abrió con cuidado por si había enemigos al asecho, pero no sucedió nada. Entró con su katana en alto listo para recibir un ataque sorpresa, pero lo que vio, lo sorprendió mucho más.
Frente a él había un trono de madera en el cual había un hombre sentado. Tenía barba larga y gris y muchas arrugas en su cara, denotando su edad. A su derecha otro hombre evitaba que una bella mujer escapara, su mano izquierda le tapaba la boca, y su mano derecha sostenía un cuchillo en su garganta.
-¡Azouk! ¡Bienvenido! Te estaba esperando.- Dijo el anciano en el trono.
-¿Quién eres tú? ¿Y por que raptaste a Fujiko?
-Porque ustedes estaban viviendo una vida feliz. No debían hacerlo, no esta escrito, es tu culpa, ¡tú debías morir en la guerra! Pero en cambio decidiste quedarte en tú casa y desobedecer. ¡Tú! El gran héroe Azouk.
Azouk contesto tranquilamente, pero por dentro sentía un odio indescriptible hacía aquel anciano.
-Me quede en mi casa por que amo a Fujiko y ella no me iba a dejar partir, incluso me amenazo con seguirme. Yo nunca haría nada que le hiciera daño.
-¡Pues lo hiciste! Porque tú morirás de todos modos. Y ella se quedara sola de nuevo. Y no lo puedes evitar.
Azouk levantó su katana con ambas manos.
-Ya lo veremos…
El anciano rió.
-¿Crees que con eso escaparas a tu muerte?
Con una señal de su mano cincuenta hombres surgieron de las sombras de la habitación con arcos y flechas, apuntandole.
Azouk se aliso el kimono, coloco sus piernas en posición de batalla listo para correr, y pronuncio sus últimas palabras:
-No puedo morir como un samurai Fujiko. No mientras tú estés cautiva. Debo utilizar hasta mi último aliento para rescatarte, y para decirte que te amo.
Fujiko gemía y lloraba en los brazos de su captor. Azouk sabía que ella daría su vida gustosa para salvarlo. Sin embargo se lanzó al ataque gritando “Fujiko”.
Cincuenta arcos crujieron al soltar sus flechas.

20 de Marzo, 1944, Francia:
Pierre corría evitando los escombros que caían a su alrededor. El estruendo de las bombas resonaba en sus oídos dejándolo aturdido. Pero él sabía que no podía detenerse. Era un músico semi exitoso, que solía tocar en los bares y clubes nocturnos, su madre decía que no había nadie que tocara como él la guitarra. Así había conocido a Marilyn, su esposa, y cantante en su show. Tenía hermosos cabellos rubios y la mejor sonrisa del mundo. Pero hace meses que no la veia.
Había sucedido en una fiesta.
-Tengo que hablar contigo.- Le había dicho Marilyn.
-Muy bien.- Había contestado él.
-Aquí no, acompáñame afuera.
Habían atravesado la fiesta entera para encontrar la salida. Ella le había hablado en el camino, pero él no había escuchado nada. Finalmente habían encontrado un lugar afuera en el que no había nadie.
-Siento mucho hacer esto. Pero creo que es hora de que sigamos caminos separados.
Pierre había llevado una sonrisa de oreja a oreja desde el momento en que la había visto, era un efecto que parecía no desaparecer en su presencia. Sin embargo en ese momento se había esfumado y jamás había regresado.
-¿A que te refieres? ¿Caminos separados? ¿Acaso esto se termino? ¿Lo nuestro?
-Si, así es.
-Pero… ¿Por qué? ¿Qué sucedió?
Ella había bajado la mirada. Y con vos baja había dicho:
-Porque no te amo, nunca lo hice.
El corazón de Pierre se había partido en miles de pedazos. De todos los dolores que había sentido en su vida, aquel había sido el peor.
-¿Qué? ¿De que hablas? ¿Acaso mentiste todo este tiempo?- Pregunto él, temiendo la respuesta.
-Si, así es.
Aquello era desesperante. Marilyn lo había amado, el lo sabia desde el fondo de su corazón, pero, ¿Por qué lo negaba ahora?
Un día recibió una llamada suya.
-¿Qué quieres que nos veamos?- Había preguntado él.
-Si, necesito hablar contigo.- Su voz sonaba débil y temblorosa.
-¿Quieres q vaya a tu casa?
-No. Nos vemos en el show, espérame, estaré allí.
Pero ella nunca había aparecido, había estado esperándola hasta convencerse de la cruda realidad, ella no iba a venir.
A pesar del bombardeo había corrido por media ciudad hacia su casa, quería saber que sucedía. Al llegar descubrió que la puerta estaba abierta. Temiendo que ella hubiese huido entró corriendo, pero la encontró llorando en el sillón. Se sentó a su lado.
La bella cara de Marilyn lo miró, solo que ya no era bella, estaba repleta de lastimaduras y moretones.
-Vete.- Le dijo.
-¿Qué diablos te sucedió? ¿Qué son esas heridas?
Marilyn comenzó a llorar cubriéndose la cara con las manos.
-¡Vete! ¡Por favor vete!
Pero él no se fue.
-No.- Contesto.- ¿Vas a contarme q sucedió?
Marilyn lo pensó un momento.
“¿Recuerdas la noche del show en Rouge? Ese día regrese a casa luego del trabajo. Estaba agotada así que no le preste mucha atención a nada. Al llegar aquí había un auto estacionado en frente, pero no me llamó mucho la atención. La verdad es que si hubiese sido más lista habría notado que lo conocía. Lo conocía muy bien.
Cuando entré note q la cocina estaba encendida. Pensé q yo la había dejado así, pero estaba equivocada. Había alguien más allí…”
En ese momento un hombre fornido, alto y con el semblante serio entró a la casa. Pareció no darse cuenta que había gente. Se tambaleaba y chocaba contra los objetos, obviamente bajo los efectos del alcohol. Pierre lo reconoció de inmediato. Lo había visto en aquella fiesta donde todo había comenzado.
-¡Marilyn!- Grito.- ¡Ven aquí!- Sus palabras sonaban arrastradas y extrañas.
Al verlo Pierre comprendió todo: eso era un cuento de hadas, Marilyn era la princesa, aquel hombre era el dragón que la mantenía cautiva, y él era el caballero que debía rescatarla. Comprendió que el hombre la había enamorado en la fiesta, o tal vez antes, y ella había caído rendida a sus pies, pero luego habían comenzado las golpizas, y ella había intentado llamarlo para pedir ayuda, pero había sido encerrada, por eso no se había precentado esa noche.
Se levanto y se paró frente al hombre.
-Déjala en paz.- Dijo firmemente.
-¿Y tu quien eres?- Preguntó el otro dificultosamente.
-¡No lo hagas!- Gritó Marilyn.
Pierre golpeo con todas sus fuerzas la cara del hombre quien se desplomo como un saco de rocas. Parecía inconciente.
-¡Marilyn! ¡Sal de aquí! ¡Rápido!- Gritó él.
Pero ella estaba paralizada. No se movió.
-¿Qué haces? ¡Vete!
Se acerco para que entrara en razón, pero en ese momento sintió un dolor insoportable en su espalda. Se toco con la mano y descubrió que tenía sangre. Perdió el equilibrio y cayo en el respaldar del sillón.
Detrás suyo el hombre mantenía la pistola en alto.
-Maldito. Nunca más te atreverás a golpearme.
Pierre cayó al suelo con la cara hacia arriba. Sus ojos se nublaban lentamente.
-Y ahora tú morirás perra.- Dijo a Marilyn.
Apretó el gatillo pero el proyectil no salió, se había trabado. Pierre tuvo un momento de lucidez, se levanto, tomó un jarrón y se lo arrojo en la cabeza. Enfurecido, el hombre disparo de nuevo, pero esta vez la bala dio contra el cuerpo maltrecho de Marilyn que se había colocado entre los dos.
Mientras Marilyn caía al suelo, Pierre tomó el arma de la mano del hombre, que estaba en estado de shock, y le disparó tres veces. Luego se sentó junto a ella que mientras agonizaba, le dijo.
-Tú eres mi alma gemela. Tú me despertaste de la muerte, solo tú, te amo.
A dieferencia de ella, él no se encontraba muy herido. Con lágrimas en los ojos le dijo:
-Lo se. Yo también te amo.

21 de abril, 2003, Argentina:
-¡Dime porque! ¡No pido nada más!
Fernando podía sentir como la lluvia de verano golpeaba su cuerpo cansado. Todo se había arruinado: su mejor camisa estaba embarrada de pies a cabeza, sus zapatos desatados y echados a perder de por vida, el ramo de rosas que llevaba en la mano quebrado y desordenado. Y sin embargo eso no era lo que mas le dolía...
Gritaba desesperado en la ventana de Ana clamando por respuestas, y sin embargo solo recibía silencio.
-¿Que hice mal? ¿Acaso te ame demasiado? ¿Acaso no te trate bien? ¿Acaso dije algo malo?
De nuevo, silencio. Intento gritar una vez más pero su garganta se cerró, sus ojos soltaron lágrimas, y sus rodillas flaquearon. Así quedo, por varios minutos, arrodillado en el barro empapado.
Ana era su novia, su primera novia, con solo 14 años se habían enamorado desde el día en que se habían conocido, claro que ella lo había abandonado luego de medio año por orden de su madre, pero él creía firmemente que era un error, y nada iba a impedir que lo escucharan.
La ventana crujió un poco y se abrió. Ana se asomó con lágrimas en los ojos y le gritó:
-¡Vete! Mi madre me prohibió verte. Dice que soy muy chica para tener novio.
-Ven conmigo entonces. Nos iremos de aquí, lejos, donde ella no nos encuentre.
Ana lo pensó un momento, su cara triste comenzó a iluminarse con la idea, pero entonces de adentro de la casa rugió una voz.
-¡Ana! ¿Con quien estas hablando? ¡Más vale que no sea ese chico mugroso de nuevo! ¿Cuantas veces te eh dicho que no quiero que te veas más con él?
La chica se puso pálida del miedo.
-Fernando, vete de aquí, ¡rápido!- Le susurro.
La ventana se cerró de un golpe dejando al chico solo en la lluvia.
Entonces las luces del living se prendieron y la puerta se abrió. De adentro salió un mujer muy grande y muy gorda con los ruleros aún puestos y llevando una escoba en su mano derecha. Nada menos parecido a la hermosa cara de Ana. Fernando sintió miedo, pero no se fue, en lugar de ello se incorporo y se paró frente a la mujer apretando fuertemente el ramo de rosas con sus dedos. Por un momento imagino que se encontraba en un cuento de hadas, de esos que le gustaban tanto, en el que él era el caballero, Ana era la princesa, y su madre era el dragón que la mantenía cautiva, pero que, como todo cuento de hadas, terminaría bien, porque él mataría al dragón con su espada, su ramo de rosas.
-¿Otra vez tú?- Dijo la madre con una voz terrible.- ¿No te dije que te fueras de aquí?
-No puedo hacer eso señora.- Contesto Fernando intentando ser lo más amable posible.- Yo amo a Ana, y no voy a dejarla.
La mujer rió fuertemente, su aliento a cigarrillos y a whisky le pegó fuertemente, casi como el fuego de un dragón.
-¿Amor? ¿Qué sabes tú de amor? Eres muy joven para eso niño. Vete a tu casa y no regreses.
Y le había cerrado la puerta en la cara. El dragón había ganado. Y no importaba que él se quedase hasta las tres de la mañana, Ana nunca saldría.
Caminó por la calle cabizbajo, no había ningún ruido y era tarde.
-¿A dónde vas?- Preguntó un anciano con barba gris.
-A mi casa.- Le contesto él.
-¿Problemas románticos?- Dijo sonriente.
Fernando lo miró sorprendido.
-¿Cómo lo sabe?
El anciano se acerco. Sus ropas estaban destrozadas, le faltaban algunos dientes, y un ojo parecía infectado con algo. Pero Fernando sentía que lo conocía de algún lugar.
-Caminemos juntos.- Dijo misteriosamente.
-Está bien.
Fernando noto que su extraño compañero cojeaba.
-¿Sabes lo que es el destino?- Le preguntó tras unos minutos.
-No lo se, creo que si.
-¿Sabes lo que es un Alma Gemela?
-No.
-Un Alma Gemela es una persona exactamente igual a ti. Se a criado, y crecido como tú. Son pocos los que alguna vez encuentran a su Alma Gemela. Pero tú eres uno de ellos.
-¿Eso significa que Ana es mi Alma Gemela?- Pregunto emocionado Fernando.
-Así es. Pero contrario a lo que crees nunca podrás estar con ella.
-¿Qué?
-Las Almas Gemelas son como dos polos del mismo signo. Ustedes han vivido incontables vidas encontrándose a través de la historia, pero su condición les impide estar juntos. Se repelen entre si, cada nueva vida que ganan uno de los dos muere. Es un destino horrible, pero muchos matarían por él.
Fernando se sintió muy desgraciado. ¿Acaso nunca podría estar con Ana?
-¿Cómo sabe todo esto?
-Porque yo soy el encargado de matar a uno de ustedes cada vez. Pero estoy cansado de ello. No quiero que esto siga, sin embargo es mi destino también o mi “karma” si así lo prefieres. Siempre observe sus vidas como un cuento de hadas sin final bello. Pero ahora es mí deber informarte que uno de ustedes debe morir, estoy aquí para que tu decidas quien de los dos será.
Fernando lo miró largamente.
-Si yo muero, ¿Ana vivirá?
-Así es, y me encargare de que ella lo sepa.
Lo pensó un momento. Por alguna razón no dudaba que el anciano decía la verdad.
-Está bien. Seré yo.- Dijo decidido.
-Eres muy bueno muchacho.
Acto seguido sacó un arma, se la coloco en el corazón, y disparo.
Fernando cayó, sin dolor, muerto en la calle.
El anciano se transformo entonces en una gorda y fea mujer, luego en un musculoso, y ebrio francés, y finalmente en un aristócrata japonés.
-Pobres.- Dijo. Y desapareció.

viernes, 9 de marzo de 2007

Una noche cualquiera

Ángelo se levanto de repente sobresaltado y lanzó una rápida mirada a través de la casi impenetrable oscuridad que envolvía todo a su alrededor. Comenzó a tranquilizarse, todo había sido un sueño, una vulgar pesadilla. No había nada ni nadie allí aparte de él, así como ningún sonido, a no ser por el ir y venir de su agitada respiración. Sus manos estaban cubiertas por el mismo sudor frió que recorría su cara. Las coloco sobre sus ojos y espero hasta que su corazón comenzó a latir con normalidad antes de retirarlas. Intento recordar como había sido aquel sueño, descubrir que era a lo que le temía tanto; pero era inútil, ahora era nuevamente una parte de su subconsciente.
"¿Como es posible?" se pregunto. "¿Que es lo que mi mente intenta decir?"
Normalmente solo se hubiese acostado para dormir como si nada hubiese sucedido, sin embargo aquella no era la primera ves que esto sucedía. De hecho, ya iban tres noches seguidas en las que se despertaba de esa manera. Algo le sucedía.
Como si de una luz se tratara un recuerdo ilumino su mente adormecida. "¡Es cierto!" se dijo. "Lo recuerdo a la perfección. Yo solía tener estos sueños, hace ya muchos años"
Se estrujo la mente intentando recordar cual era la razón de aquellas experiencias en el pasado. Ya que esa era su manera de pensar: metódicamente repasaba en su mente todas las posibles causas, todas las experiencias relacionadas... Era un hábito adquirido de su trabajo. Pero sabía muy bien que para encontrar las respuestas debía buscar en el pasado.
Entonces lo recordó. Los sueños se remontaban a aquella lejana época de su adolescencia. Cuando aún se sentía despierto, cuando aún creía en si mismo para tener éxito, para ser feliz, cuando todavía sentía deseos de luchar. Pero en aquel tiempo era diferente, no eran pesadillas que las que lo torturaban, eran fantasías. Bellas imágenes del futuro en el que era querido, respetado, amado, en que era feliz... un futuro que no tenía nada que ver con el presente. Un futuro en el que no se encontraba solo en su cama sino con una esposa. Un futuro en el que no vivía en aquella pocilga que de broma llamaban departamento sino en una gran casa. Un futuro en el que su única compañía no eran los malditos ruidosos vecinos de al lado sino sus hijos.
Se sintió enfermo. ¿Acaso había desperdiciado toda su vida resignándose? ¿No solía pensar que era diferente a los demás? ¿Que su futuro era brillante? Pero el hecho era que en aquel momento era solo uno más, uno entre millones, que con sus decenas de años acumulados aún buscaban su propio lugar, su propia felicidad...
"¿Acaso así termina mi vida?" se pregunto. "¿Aquí, sentado en mi cama lamentándome por todo aquello que no hice?"
-Si.- Le contesto una voz.
-¿Quien es?- Preguntó aterrado. No había nadie en la habitación.
-¿Quien soy? No soy nadie, soy solo un punto más en un cuadro, un grano de trigo en un trigal. Yo soy tú, y tú eres mí. Y los dos somos un don nadie atrapado en una vida sin sentido.
-¿Y que debo hacer?- Preguntó angustiado. Ya no importaba que estuviese escuchando una vos, que no hubiese nadie en la habitación. No importaba nada.- ¿Como debo solucionarlo? Soy demasiado viejo, demasiado pobre, demasiado feo, demasiado tonto, demasiado...
No supo que mas decir. Eran demasiados demasiados...
-¿Realmente crees eso? ¿Realmente crees que importa todo aquello? ¿Cuanto dinero tienes? ¿Cuan apuesto eres? ¿Cuan inteligente o cuanta edad tienes? No, no es así.
Y tú lo sabes. O al menos solías saberlo.
-¿Y que debo hacer?- Repitió desesperado.
-¿Me pides una respuesta? Recuerda que solo estas preguntándote a ti mismo. Si tú no lo sabes entonces yo tampoco.
-¡No lo se! ¡NO LO SE!- Grito desesperado.
Se levantó de la cama, tomo su velador y lo lanzó contra su televisor. Gritando, tomo su equipo de música y lo arrojó por la ventana que aún estaba cerrada, por lo que una lluvia de vidrios inundo la habitación. Sus manos y pies estaban repletos de pequeñas heridas y cortes. Comenzó a llorar y se sentó en el suelo frió.
-¿Que me pides que haga? Ya no me quedan fuerzas.
Pero la voz no volvió a hablar. Nadie le contesto, nadie se molesto venir a preguntar si estaba todo bien.
"Me siento solo" se dijo. "Más solo que nadie e igual de solo que todos"
Un rayo de luz atravesó el cielo e ilumino el lugar. La noche había pasado. El sol estaba saliendo. Ángelo se levanto, camino al baño y se curo las heridas. Luego regreso con una escoba y una pala y limpio el desorden del suelo. Tiro su televisión y su velador a la basura y anoto en la libreta de su heladera comprar unos nuevos, así como llamar a alguien para arreglar el vidrio. Se vistió con su ropa de trabajo y salio del departamento con la mirada perdida. Cuando llegó a la calle se le unieron decenas de personas más, todas vestidas para trabajar, y todas con la misma mirada perdida. El suelo estaba repleto de grabadores, televisores, celulares, y computadoras destrozadas junto con tantos vidrios que parecían estar caminado en cristal. Levantó su mirada para observar el complejo de departamentos en el que no había ni una ventana sana. El suyo no era más que uno más entre todos los hogares que diariamente renovaban los electrodomésticos que noche tras noche eran destruidos por sus dueños en el único momento del día en que realmente despertaban.
Pero eso ya no le importaba a Ángelo quien dio media vuelta y comenzó a caminar entre la multitud...